Selección de Bodega Malbec 2016 de Doña Paula

Para muchos vinófilos el maridaje es un «arte» que como toda expresión artística se nutre de talento. técnica, práctica e intuición y aunque muchos tratados traten de objetivarlo lo cierto es que su correcta aplicación es un asunto absolutamente subjetivo que variará según nuestros gustos, vivencias y cultura.

¿Cuál es el mejor vino para acompañar un trozo de carne asada?

En Argentina sin duda se pensará en un Malbec mientras en Uruguay se privilegiará el Tannat, en Chile el Cabernet Sauvignon, en Australia el Syrah, en Estados Unidos un Zinfandel, en Italia un Sangiovese, en Francia un Merlot o en España un Tempranillo, y lo curioso, también maravilloso, es que todos tienen la razón.

Cuando pensamos en el perfecto matrimonio conformado por la Tira de Asado, el Bife Chorizo y la Entrañita Fina con el Malbec argentino tendemos a hablar de un maridaje de origen, pero lo cierto es que el ganado que alimenta la parrilla gaucha suele pastar plácidamente en las pampas de Córdoba, Santa Fe y Buenos Aires, a casi un millar de kilómetros de las zonas de producción vitivinícola, por lo que la afirmación es comparable a unir un plato genovés con un vino catalán. En este sentido un perfecto maridaje de origen sería el que conforman los tintos de la Rioja española con las Chuletillas al Sarmiento extraídas de corderos que pastan junto a los viñedos y asados sobre brasas obtenidas de la poda de las mismas vides.

Lo cierto es que la relación entre Malbec y Asado es netamente un maridaje cultural, no por ello menos válido sino al contrario pues la triada formada por el vino, cualquier corte de vacuno y el rito del fuego armonizan no solo en nuestro paladar, merced las características organolépticas del mosto, sino también en nuestro imaginario de tal forma que el descorche de la botella, el chirrido de la carne al caer sobre los fierros ardientes y el crepitar de las grasas parecieran estar afinados en un mismo tono.

Selección de Bodega Malbec 2016 de Bodega Doña Paula proviene de las alturas cordilleranas de Gualtallary, a 1350 msnm, lugar donde a lo sumo encontraremos algún criancero pastoreando sus cabras al pie de Los Andes, pero que no por ello deja de ser un vino perfecto para acompañar un sabroso corte vacuno cocinado pacientemente por la caricia del fuego.

Esta perfecta comunión se inicia en su color púrpura cerrado donde la luz de las brasas revela intensos brillos rubí seguida por su nariz que expresa un popurrí de fruta negra sobre el manto láctico aportado por la fermentación que nos evoca yogur de moras, seguido por higos, cedro, tabaco, suave violeta, y la acción de la barrica en forma de cacao tostado que en cualquier vino interpretamos como caramelo pero que al tratarse de un caldo argentino nuestro acervo cultural nos lleva a interpretar y percibir como dulce de leche.

En boca se muestra el sello de Gualtallary con un cuerpo tan intenso y de potente estructura como los mostos obtenidos en Luján de Cuyo o Vistalba pero que lejos de esa sensación muchas veces empalagosa y acompotada se percibe particularmente fresco y fluido gracias a su riqueza frutal donde el azúcar ausente por haberse convertido en alcohol es sustituida por la caramelización de las grasas de la carne completando la sensación en paladar de estar frente a un zumo de arándano o ciruelas negras.

La alta cuota de acidez y el efecto astringente de sus taninos firmes cortan y remueven residuos grasos de nuestra lengua bajo el mismo principio usado por nuestras abuelas para fregar sus lozas con jugo de limón y ceniza, permitiendo así extraer el máximo sabor en cada nuevo bocado gracias al perfecto despeje de nuestras papilas.

En su final largo, además de de la presencia frutal, encontramos notas de hierba, licor y suaves amargores propios de la guarda en barrica que en su conjunto nuevamente activan nuestra memoria emotiva, si es que alguna vez nos hemos ido de copas en Buenos Aires, o recurren a nuestro bagaje para darnos la sensación de estar en presencia de un suave sorbo de Fernet, que como buen bajativo termina de cerrar el paso en paladar de vino y comida.

Pareciera no ser tan recomendable beber un vino de este talante en el ambiente festivo de un asado donde la euforia ambiental pudiera hacer difícil concentrarnos en las virtudes del mosto, pero lo cierto es que la risa y la acalorada conversación son la perfecta banda sonora de una parrilla de la misma forma que el sonido del oleaje lo es de un plato marino. Además la intensidad de aromas y sabores a sus juveniles cinco años harán sencillo percibir sus notas incluso para iniciados en el arte de la cata. Solo quizás al alcanzar más de una década sea momento de beberlo en un ambiente más contemplativo que nos permita apreciar su evolución que se augura compleja y elegante.

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