
La historia del vino chileno se inicia con la misma llegada de los conquistadores hispanos, se renueva y potencia a mediados del siglo XIX con el arribo de las cepas bordalesas y alcanza su consagración en las últimas décadas del siglo pasado con el surgimiento de los grandes íconos nacionales.
Dentro de esta camada de grandes vinos siempre presentes en todos los rankings mundiales y a los que Suckling, Atkins y Parker suele calificar con 100 puntos encontramos a Almaviva, una aventura conjunta chileno-francesa donde Viña Concha y Toro aportó sus viñedos de Puente Alto y el Domaine Barons de Rothschild su sobrada experiencia en la producción de grandes bordaleses.
Almaviva nace destinado a ser el Chateau Lafite del sur del mundo, con un coupage y vinificación similar al de los grandes Médoc de la ribera de la Gironda. Incluso a pesar de la resonancia hispana de su nombre este en realidad hace honor al Conde de Almaviva, personaje principal del Barbero de Sevilla, y tan solo la imagen en su etiqueta, que refiere un Kultrún, tambor ritual de la cultura mapuche, da cuenta de su origen austral.
En este punto es donde entra en escena su hermano menor: EPU, nacido sin duda de la necesidad de alcanzar un público más masivo dado los excluyentes U$ 400.- por botella de Almaviva; marcado en su nombre (Epu es el número dos en mapundungun) para ser una segunda opción siempre a la sombra del primogénito, pero que aún así ha logrado abrirse camino con propias luces que se fundamentan sobre todo en una identidad particularmente auténtica.
A diferencia de Almaviva, que inmediatamente nos transporta a las colinas del Médoc, EPU nos mantiene en el corazón de Los Andes recordándonos los grandes vinos del Maipo, ancestral territorio pikunche, lo que redunda en su principal ganancia, pues su hermano mayor destinado a las altas cumbres de la enología mundial, condenado a la eterna competencia y comparación con los grandes exponentes del Duero, Burdeos, Piamonte y Napa, será siempre el placer de algunos pocos que en más de una ocasión lo consideraran un advenedizo bordalés en el exilio; mientras EPU, el número dos, reina sin contrapeso como gran cacique de la ribera norte del Maipo.
EPU se nos muestra de un brillante tono rubí rodeado de un amplio ribete claro y coronado por abundantes lágrimas gruesas. En su nariz destacan sus intensa notas de ciruela negra, cereza y grosellas heredadas de la madurez de sus uvas que se complementan con la canela, pimienta, clavo, tabaco y delicada nota herbal aportada por su guarda en barrica.
Su boca, descorchado a cinco años de su cosecha, se muestra perfectamente frutal e incluso al borde de un dulzor que se equilibra a la perfección en su equilibrada y persistente acidez. Cuerpo medio, tanino sedoso, final licoroso y una agradable mezcla de frutillas y menta en su largo retrogusto.

