
Quienes suelen hacer en vehículo desde La Serena a Santiago sabe bien que tras pasar el último desvío a Tongoy la carretera se extiende en una recta interminable dentro de un árido paisaje dominado por cactus y espinos. A orilla de la vía se encuentran una seguidilla de pequeños puestos donde los campesinos de la zona ofrecen sus productos y cada vez que pasé por el lugar no perdí la ocasión de abastecerme de queso de cabra, miel y las deliciosas papayas del sector conservadas en su propio almibar.
Algunos años atrás unas idílicas vacaciones junto a mi pareja nos llevaron a Paraty, un pequeño pueblo costero de estilo colonial portugués ubicado a medio camino entre Río de Janeiro y Sao Paulo. En el hotel donde nos hospedamos, los restaurantes del lugar y los catamaranes turísticos era habitual encontrar platos con Mamao, el nombre que los brasileros dan a la papaya, pero el sabor dulce equilibrado en su justa acidez junto a la textura carnosa pero a la vez tierna y sedosa del fruto resultaba sorprendentemente distinta a lo que hasta entonces conocía.
De regreso en Chile infructuosamente busqué el mismo sabor en las papayas disponibles en diversas fruterías incluyendo aquellas traídas del Perú que abundan en La Vega Central pero el resultado nunca era el esperado. Finalmente me resigné a que el sabor del mamao lo encontraré tan sólo cuando tenga la oportunidad de regresar a Brasil y acepté que en tanto las papayas serenenses en almíbar, si bien no son lo mismo, también pueden ser una delicia.
En términos vitivinícolas el Pinot Noir de la Borgoña, en particular aquellos Premier y Grand Crú de las Côte de Nuits y Côte de Beaune, debería ser un referente para los enólogos de Nuevo Mundo sin embargo en muchos casos se ha transformado en una suerte de obsesión inalcanzable.
El frío clima de la región permite que sus vinos se expresen en forma de fruta roja fresca a lo que se suma la complejidad aportada por sus suelos, condiciones prácticamente irrepetibles en otros lugares y al que sólo se acercan terroirs de alta latitud como Oregón, Tazmania, Marlborough y algunos puntos de la Patagonia argentina. En zonas más cálidas, como nuestros valles vitivinícolas, el Pinot Noir irremediablemente tomará la forma de la misma fruta roja pero esta vez sobre madura o cocida de frentón.
Pretender y esperar que estos vinos cultivados fuera de la Borgoña contengan el aroma, sabor, textura y complejidad de un Bourgogne es como esperar que las papayas en almíbar tenga un gusto similar al mamao.
Entre los viñateros nacionales de Pinot Noir podemos encontrar tres grupos: primero esos afortunados que han encontrado terroirs sobresalientes con vinos que poco tienen que envidiar a sus pares francese, y que por cierto podemos contar con los dedos de una mano; otros que porfiadamente intentan dar a sus mostos un perfil europeo en un suelo y clima diametralmente distinto; y finalmente aquellos que han aceptado que nuestro Pinot Noir simplemente es un vino distinto al de otras regiones y que debe ser tratado conforme a la realidad de nuestra tierra. Dentro de este último grupo encontramos a Viña Lapostolle.
La colección Cuvée Alexandre de Lapostolle nace bajo la guía del enólogo francés Michel Rolland, conocido mundialmente por compartir el gusto de su amigo Robert Parker por vinos afrutados, maduros y con buena presencia de roble. Este estilo tiene amantes y detractores pero en términos objetivos se ajusta muy bien a la cálida realidad, comparada con la de Europa, de los valles donde la cepa se cultiva en Chile.
Cuvée Alexandre Atalayas Vineyard Pinot Noir es un vino más intenso que sutil, que necesita el poroso contacto con el roble par domar su carácter y aún así en sus primeros años se sentirá algo «grueso» para lo habitual de la cepa pues es el reposo en botella el que terminará de definir su personalidad, una que por cierto distará de lo que habitualmente encontramos en la Côte de Nuits y tomará un camino propio con su fruta cocida mutando en berries deshidratados que junto a su alto contenido de alcohol crear{a la sensación de licor de guindas y una barrica que en la medida que ceda presencia dejará clavo, canela, sándalo y licor de hierbas. Por consiguiente un vino de perfil mucho más cálido, que quizás no sea el mejor compañero de un salmón grillado en verano pero que resulta óptimo maridando confit de pato sobre castañas asadas en los días más crudos del invierno.
Su añada 2015 descorchada a siete años de cosecha se muestra de tono rubí y ribete ocre, en tanto su nariz nos entrega fresa cocida, berries secos, canela, clavo, piel de naranja, champiñón, licor de guindas y sándalo, mientras su boca de buen predominio frutal y acidez alta presenta leve astringencia y un final con jugo de granada y licor de hierbas.
Amamos el Pinot Noir de Borgoña nacido en el frío porque es capaz de refrescar cálidas tardes veraniegas y por esta misma razón podemos amar el Pinot Noir nacional nacido en el calor porque es capaz de llevar calidez a los días más oscuros y lluviosos.

