Von Siebenthal Carabantes Syrah 2018

En 1976 el comerciante británico Steven Spurier inscribe su nombre en la historia de la enología mundial tras organizar la célebre Juicio de París, instancia que por un lado instala la «cata a ciegas» como el estándar a la hora de evaluar vinos y por otro, quizás el más trascendente, convierte al valle de Napa en una de los regiones vitivinícolas más valoradas del mundo luego que sus representantes derrotaran a lo más selecto de los mostos galos.

Treinta años después los ejecutivos de la chilena Chadwick/Errázuriz organizaron un evento similar en Berlín donde sus vinos íconos enfrentaron la evaluación de un jurado en la que también participaron destacados exponentes de Bordeaux y la Toscana. Tal como ocurrió en París los vinos chilenos resultaron ganadores tanto en Berlín como eventos similares que se repitieron hasta 2014 en varias de las principales capitales del mundo. Sin embargo, aunque de ahí en adelante la alta gama de Errázuriz suele ser considerada en el top ten mundial de las mayorías de los rankings, la imagen del valle de Aconcagua no logró una proyección internacional y aún en nuestro país permanece a la sombra del Maipo Andes o Apalta en Colchagua.

El éxito de Napa no se debe tan sólo a la victoria del Cabernet Sauvignon Stag’s Leap Wine Cellars 1973 sobre su par Château Mouton-Rothschild 1970, sino al actuar conjunto de los productores de este terruño que han logrado diferenciarse notoriamente no sólo del resto de California sino también al interior de la AVA North Coast (región vitivinícola a la que también pertenecen Sonoma y Montebello).

Por el contrario Aconcagua se mantiene como un terroir difuso sin una clara personalidad que solemos asociar a tintos sobremaduros, como aquellos cultivados en el piedemonte andino, blancos ligeros obtenidos de su folde costero, y algunos exponentes de calidad en su curso medio. Sin embargo en los últimos años esta percepción ha ido cambiando sobre uno de sus terroir que sabiamente ha optado por diferenciarse del resto del valle.

Hasta hace unos pocos años Panquehue no era percibido más allá de un caserío a orillas de la carretera que une San Felipe y Llay Llay, famoso por sus estrictos controles policiales que habitualmente sorprendían a más de un automovilista circulando a exceso de velocidad. Pero desde la cosecha 2018 los viñateros del lugar han decidido destacar su nombre en sus etiquetas poniendo en valor un sitio absolutamente privilegiado para la producción de vinos en el corazón del Aconcagua.

Suficientemente alejado del macizo andino para que su clima sea más templado pero aún a distancia para recibir cada tarde sus frescos vientos cordilleranos: a considerable distancia del Pacífico pero aún al alcance de sus nieblas matutinas, Panquehue representa a la perfección las características de un terroir de Entre Cordilleras.

Lenguas glaciares hace milenios extintas tallaron el relieve del valle en esta zona pulverizando la roca a su paso que luego ha sido parcialmente cubierta por los sedimentos arrastrados desde sus montes lo que redunda en un suelo escaso en nutrientes, marcadamente pedregoso y por lo mismo de buen drenaje, todos sinónimos de vinos intensos y concentrados favorecidos además por la inclinación de perfecta exposición al Ecuador.

Seña sin duda es una de las joyas panquehuinas, como también lo son Don Maximiano, Tatay de Cristobal o Kai, junto a sus hermanos menores La Cumbre, Montelig y Toknar, todas botellas por sobre los U$ 100.- las primeras y cercanas a los u$ 50.- las segundas. Pero Panquehue también da muestras de su bondad en aquellas etiquetas internacionalmente consideradas Best Value, mucho más al alcance de cualquier bolsillo y cuyos vinos no deben ser reservados tan sólo para ocasiones especiales. Los ensamblajes de Flaherty y la colección Aconcagua Alto de Errázuriz reivindican y ponen en valor este terroir junto por supuesto al vino que hoy nos convoca: Carabantes Syrah de Viña Von Siebethal.

Hecho en base a un coupage 85% Syrah y 15% Cabernet Sauvignon con una vinificación que considera 18 meses en barricas de roble francés y otro año en botella antes de liberarse al mercado, su nombre homenajea a Francisco de Carabantes, militar y aventurero español al que algunos historiadores atribuyen ser el primero en traer la vitis vinifera a nuestras tierras.

Su perfil resulta perfectamente adhoc a su condición de «Entre Cordilleras» pues en él encontramos la madurez y carga frutal propia del Maipo o Cachapoal pero también la intensidad y complejidad de valles costeros como Casablanca y Leyda, por lo que en términos internacionales se encuentra perfectamente equidistante entre el Ródano y Barossa.

Esta añada 2018, a cuatro años y medio de su cosecha, tres años de salir de barrica y dos de ser liberado al mercado se muestra aún de un tono púrpura profundo rodeado de delgado ribete rubí. En nariz encontramos arándano, mora, exquisitas olivas negras, cassis, violeta, cuero, hierba provenzal y suave notas lácticas que nos recuerdan charcutería madura.

Su paso en paladar ha domado un tanto su ímpetu pero sin perder un ápice de intensidad y en boca resalta la viveza de su fruta, acidez punzante, tanino firme y maduro aunque aún con trazas de madera por integrar, para dar luego paso a un final largo dominado por arándano, olivas, cassis, expreso y la temprana aparición de tímidos dátiles.

Un vino que da cuenta de las condiciones únicas y distintivas de Panquehue que generosamente se hacen presente no sólo en sus íconos sino también en best value como este.

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