
Aunque el cultivo de vides en Itata se remonta a los inicios de la conquista y colonia española en Chile, hace no más de un década que adquirió un lugar destacado en el mapa enológico nacional luego que diversas bodegas y productores rescataran el valor patrimonial de sus mostos rústicos y de corte campesino que hasta ese entonces se destinaban casi en exclusiva a la producción de vino a granel usualmente embotellado en garrafas.
Sin embargo una cosa es llevar al Cinsault a un estatus similar al recibido por la Garnacha en Castilla o la Gamay en Beaojulais, todos tintos ligero y frescos muy gratos de beber en verano; y otra muy distinta es adentrarse en la elegancia propia de las cepas borgoñesas, que es precisamente lo que hace Pandolfi Price al tener a las Chardonnay y Pinot Noir como sus emblemas.
Todo lo que podemos presuponer sobre l perfil de un vino en base a la experiencia y conocimiento de los valles nacionales se desmorona como un castillo de naipes al beber Los Patricios Chardonnay y descubrir en su etiqueta su origen en Itata y su extraordinaria calidad resulta aún más dificil de comprender al notar que las uvas que lo alimentan no se cultivan a poco kilómetros del Pacífico, como el mítico Quebrada Seca, o en la fría profundidad de la Cordillera, como el magnífico Gran Reserva de Calyptra, sino que en un punto casi equidistante entre el mar y la montaña en uno de las regiones más calurosas del país.
La prodigiosa manos de Francois Massoc, un verdadero alquimista experto en convertir vinos sencillos y rústicos en piezas rebosantes de complejidad y elegancia, puede ser parte del sorprendente perfomance de este blanco a todas luces improbable. Pero sabiendo que la calidad de un mosto se define un 80% en el viñedo y tan sólo un 20% por acción de su enólogo decidí viajar a los campos de Santa Inés en las afueras de Chillán Viejo esperando encontrar un viñedo en lo profundo de algún cañón que condujera los vientos de mar a cordillera y viceversa, en lo más alto de algunas de las colinas de la Cordillera de la Costa o plantado sobre empinadas laderas.
Lo que encontré fue un oasis de verdor en medio del gris y caluroso secano itatino. Suaves lomajes cubiertos de vides en la ribera del poco caudaloso río Larqui pero sin ninguna excepcional condición geográfica como las anteriormente enunciadas. Tampoco encontré la típica casona señorial de estilo colonial rodeada de cuidados jardines y las excentricidades propias de latifundistas de rancia aristocracia. Sólo una bodega de adobe repleta de cubas, barricas y centenares de botellas, una suerte de capilla de madera levantada entre las parras y una docena de trabajadores agrícolas que me hablaron sobre su trabajo, las uvas y los vinos con una particular pasión, no como quien hace algo por encargo sino como quien está dispuesto a compartir algo que es profundamente propio.
Objetivamente quizás la respuesta está en sus suelos de origen volcánico mezcla de basalto, andesita y ceniza, pero creo que es su gente el principal componente de este terroir.
¿En cuanto al vino? Un Chardonnay untuoso, elegante, intenso y complejo de una madurez que recuerda a los blancos del Maconnais que tanto en su nariz como boca muestra fruta blanca, tropical y cítrica, marcado pedernal, dejo láctico junto a suave vainilla, almendra y nogal aportados por sus 22 meses en barrica de roble francés.
Vino grato de beber hoy pero al que le queda un amplio margen de años para seguir sumando elegancia y complejidad, condición muy escasa en los Chardonnay nacionales.

