
Entre 1920 y 1933 estuvo en vigencia la Enmienda XVIII, también llamada The Prohibition o Ley Seca, que impedía la fabricación, traslado y venta de bebidas alcohólicas en todo el territorio estadounidense. La medida promovida por la mayoría conservadora del congreso buscaba disminuir las tasas de alcoholismo, sobre todo en los barrios negros y la población migrante, prometiendo de paso acabar con la delincuencia supuestamente asociada.
En la práctica ocurrió todo lo contrario. La producción clandestina y el contrabando se convirtió en un lucrativo negocio para el naciente crimen organizado, que tuvo en Al Capone su principal exponente, el número de reos se cuadruplicó en una década y las enfermedades derivadas del alcoholismo aumentaron debido al consumo de fermentados y destilados de dudosa procedencia.
La Prohibición finalmente sólo sirvió para destruir la floreciente industria vitivinícola californiana y afectar gravemente los ingresos de los dueños de restaurantes por lo que muchos de estos se trasladaron a las ciudades inmediatamente detrás de la frontera provocando un fuerte impulso comercial y gastronómico en lugares como Toronto y Vancouver, por el norte, además de Juárez y sobre todo Tijuana en el límite sur.
Esta última recibía a diario la visita de cientos de californianos que cruzaban desde San Diego tan sólo para beber algunas cervezas o acompañar sus comidas de una copa de vino. Número que aumentaba exponencialmente durante fines de semana y feríados.
En aquellos mismos años los viñedos y bodegas europeas aún no se reponían de los destrozos causados por la Primera Guerra Mundial por lo que sin poder recurrir a vinos importados el Valle de Guadalupe, sesenta kilómetros al sur de Tijuana, se convirtió en el principal centro de producción vitivinícola de norteamérica.
Entre fines del siglo XIX y los primeros años del siglo XX la industria californiana vivió una intensa renovación gracias al aporte de inmigrantes italianos que trajeron las variedades nativas de sus tierras natales. Estos mismos viñateros, a raíz de la Ley Seca, se reinstalaron en Guadalupe iniciando una larga tradición de cultivo de Zinfandel, Sangiovese y sobre todo Nebbiolo, que se mantiene hasta nuestros días.
En el Piamonte, donde da vida a los famosos vinos de las DOCs Barolo y Barbaresco, la Nebbiolo crece sobre suaves y verdes colinas ubicadas a 44 grados del Ecuador con las nevadas cumbres de Los Alpes como telón de fondo y en viñedos que suelen cubrirse de nieve en invierno, por lo que no deja de llamar la atención el éxito de la variedad en un valle absolutamente contrario, de perfil más bien árido emplazado en los 32° N en un angosto cañón dentro de la Sierra de Juárez beneficiado por los vientos que transitan entre el Océano Pacífico y el Mar de Cortés.
Aunque en ambas regiones estos vinos mantienen sus principales descriptores, las marcadas diferencias entre un terroir y otro se manifiestan en una notoria diferencia en la longevidad de sus mostos lo que puede ser un punto a favor o en contra según se mire, de esta forma los Nebbiolo mexicanos tienden a decaer pasada los diez años de cosecha a diferencia de los casi eternos piamonteses, pero también esto permite disfrutarlos mucho más jóvenes y no tener que esperar un par de décadas para su descorche como ocurre con los clásicos del noroeste italiano.
En las últimas dos décadas el enólogo Camilo Magoni se ha convertido en el principal estandarte y encarnación de esta larga tradición italo-mexicana en Guadalupe, siendo en su momento uno de los principales defensores del Nebbiolo bajacaliforniano frente al avance de los vinos masivos en base a cepas francesas, además de fomentar el cultivo de Sangiovese, Aglianico, Fiano y Vermentino entre otras, siendo además Cónsul Honorario de Italia en Tijuana, miembro de la Sociedad de Historia de Baja California, autor del libro «Historia de la Vid y el vino en la península de Baja California» y nombrado personaje distinguido del Comité de Turismo y Convenciones de Tijuana.
Hasta 2012 Magoni fue el enólogo tras Trasiego Nebbiolo, vino producido en base a Nebbiolo Chiavannesca para el gigantesco conglomerado mexicano Grupo Cal para luego, a contar de 2013, comercializar bajo su propia etiqueta, Casa Magoni, bajo el nombre de Nebbiolo de Baja.
Probé por primera vez este vino hace cuatro años en uno de los tantos wine bar que luego perdimos en Santiago a raíz de los cierres provocados por la pandemia. En su momento, a seis años de cosecha, me pareció demasiado «sweet & smoke», con un perfil más cercano a los Zinfandel de Lodi en California que a los finos vinos del Langue piamontés. Sin embargo al dejarle alcanzar la década la impresión es completamente distinta.
Con ocasión del Día de Muertos su descorche fue un homenaje a esta hermosa tradición mexicana y una linda ofrenda para el reencuentro con quienes ya partieron pero se mantienen en el recuerdo.
Como es de esperar su anterior tono rubí ahora se limita al ribete mientras el centro de copa es dominado por el ocre con trazas color teja. Sin embargo las sorpresas comienzan en su nariz donde el tostado propio de las barricas de roble americano ahora se limita a la presencia de suave vaina de vainilla y clavo dejando un amplio protagonismo para intensa fresa en compota, violetas secas, regaliz, dátiles, ciruela negra al borde del deshidratado y sobre todo deliciosos higos maduros.
Su boca es perfectamente consistente con sus aromas. El dulzor años atrás algo excedido ahora se siente perfectamente equilibrado en una acidez que se mantiene alta y persistente, sus taninos son robustos y muestra un delicado dejo achocolatado que luego dan paso a un final dominado por el jugo de granada. los ya referidos dátiles y ciertas notas que recuerdan el cuero curtido.
El cambio climático y la depredación inmobiliaria amenazan seriamente a Guadalupe que de seguir este camino podría perder la mayoría de su suelo cultivable, y con ello el 75% de la producción de vinos en México, para 2037.
Es de esperar que las autoridades aztecas hagan algo al respecto. En tanto no perdamos la oportunidad de probar sus Nebbiolos y esperarlos el tiempo necesario que para consuelo siempre será mucho menor al que requieren sus parientes italianos.

