
Las técnicas de cata nos enseñan a describir lo que bebemos, su color, aromas, sabores, pero lo que realmente apreciamos en un buen vino, en particular aquellos que reservamos para guarda, es la expresión única de su Terroir, su evolución en el tiempo y sobre todo como se conecta con nuestra parte emotiva, en otras palabras que historia nos cuenta al beberlo y que recuerdos nos evoca.
Los Sauvignon Blanc del litoral central de Chile, y por ello nos referimos a las DO Casablanca, San Antonio, Leyda y Lo Abarca, cuentan con una merecida fama merced su calidad sobresaliente, pero en la mayoría de los casos se trata de blancos pensados en el consumo inmediato, idealmente el mismo año de su cosecha para poder apreciar así todas sus notas frescas y minerales que tienden a decaer con el paso del tiempo.
Sin embargo algunos sobresalientes ejemplares, entre ellos Cipreses, suman a sus cualidades la virtud de complejizar aromas y sabores confirmen envejecen permitiéndonos de esta forma apreciar y disfrutar su evolución en el tiempo.
De la misma forma que revisar el álbum familiar nos permite notar como nuestros seres queridos han crecido y cambiado, apreciar a cabalidad la evolución de este vino y cualquier otro vino de guarda requiere que capturemos distintos instantes desde su plena y vigorosa juventud hasta su cénit y posterior ocaso.
Entrando en materia, a un año de su cosecha este nobel vino blanco muestra todo el vigor de su juventud en su limpio tono amarillo platinado y traslúcida textura.
Su nariz, orgulloso de su origen y fiel expresión de su Terroir, nos traslada a una huerta de árboles frutales y hortalizas plantada junto al mar, que es por cierto la mejor forma de describir la esencia de Casa Marín; y en sus aromas encontramos suave durazno blanco maduro, zeste de lima, azahar, espárrago, hoja de cebollín recién cortada, esa preciada nota de ají verde que es sello de los Sauvignon Blanc cultivados de Casablanca hacia la costa y que a muchos nos evoca el verano, para finalizar con un delicado dejo salino similar a la brisa que refresco las uvas de este vino nacido a pocos kilómetros del Pacífico.
En tanto su boca, si bien fresca y ligera como es de esperar, nos entrega una textura sedosa, incluso balsámica, que ya de muestras de su actual y futura elegancia, complementada con una acidez viva y crocante, cerrado en un final de marcado acento mineral.
Sin embargo la experiencia de Cipreses se extiende portentosamente en el retrogusto e incluso largos minutos después de bebido nuestro paladar aún conserva una delicada sensación que bien podíamos describir como ese sutil gusto salino resultante de pasar una tarde junto al Océano.
En resumen Cipreses Vineyard Sauvignon Blanc 2020 no solo nace a pocos kilómetros del Pacífico, sino también este corre por sus venas y su presencia se manifiesta en cada sorbo.

