
A contar de 1867 y en tan solo unos pocos años la filoxera arrasa con los viñedos europeos exterminando por completo algunas variedades y reduciendo hasta en un 90% los cultivos en ciertas regiones. Cuando los campos recién empezaban su recuperación fueron surcados por las trincheras y luego aplastados por los tanques de los dos conflictos mundiales.
Francia fue la nación más afectada y por casi un siglo sus vinos, en especial los preciados tintos de Bordeaux, se convirtieron en un preciado y escaso tesoro cuya ausencia de los mercados internacionales se convirtió en una magnífica oportunidad para otras regiones vitivinícolas y sobre todo España que aprovecho la ocasión para instalarse como el principal productor a nivel mundial, estatus que mantiene hasta nuestros días.
Si bien la filoxera también dejó huella en la península ibérica su presencia no fue tan devastadora como al oriente de Los Pirineos y paradojalmente la inestabilidad social provocada por la Guerra Civil (1936-1939) obligó al franquismo a mantenerse neutral en la Segunda Guerra Mundial salvando así sus campos del bombardeo aliado.
El viñedo de La Rioja fue particularmente favorecido por la coyuntura. El perfil estructurado de sus tintos los hizo el sustituto natural de los vinos bordoleses y su relativa cercanía con los puertos del país Vasco le entregó ventaja sobre sus competidores de Ribera del Duero y el Alto Ebro.
Sin embargo el éxito y la consolidación de los mostos riojanos no se debió tan solo a favorables circunstancias externas sino sobre todo es fruto de una visión que se inicia en 1787 con la creación de la Real Sociedad de Viñateros, continúa en 1850 con la modernización de las técnicas de vinificación y el inicio del embotellado, y se consolida en 1925 con la creación de su Denominación de Origen Controlada y su respectivo consejo regulador.
Mientras en el Nuevo Mundo se flexibilizaron las ya laxas regulaciones para facilitar una mayor producción que facilitara su ingreso a los desabastecidos mercados mundiales, en La Rioja al contrario robustecieron sus normas a fin de salvaguardar sus viñedos, suelos y sistemas productivos haciéndolas incluso más estrictas que en el resto de España. Si bien la medida tuvo el costo de impedir la producción masiva de vinos de bajos valor, generó una merecida reputación de vinos de alta calidad que hasta hoy entregan a la región un estatus similar al de Bordeaux, Bourgogne o el Piamonte dentro de los grandes vinos de Europa.
En La Rioja las calificaciones de Crianza, Reserva o Gran Reserva no son meras herramientas de marketing como en otras latitudes sino dan cuenta de estrictos períodos de envejecimiento primero en barricas de roble y luego en botella que nos dan inmediata referencia de su calidad y potencial de guarda, en tanto de su coupage, en el que primará el Tempranillo, siempre obtendremos un vino de buen equilibrio y estructura donde predominará fruta roja madura junto a notas de té negro al que los años añadirán dátiles, regaliz y sotobosque.
Beronia Rioja Reserva es un fiel representante de su origen y categoría que bien merece para su descorche esperar al menos una década desde su cosecha para poder tener un primer atisbo de su enorme potencial.
Fresas en su almíbar, ciruela roja madura, licor de guinda, dátiles, nata de frambuesa, coco rallado, caramelo de leche, pimienta blanca, té negro y champiñones han acentuado su presencia a la vez de comenzar a amalgamarse en un «todo», proceso que de seguro requerirá otra década de estiba.
Sin duda queda una larga espera para su mejor momento pero resulta interesante conocerlo en este instante en el que inicia su tránsito desde la intensidad juvenil a la compleja elegancia de la plena madurez. En tanto en boca da muestra de su vigorosa esencia a la vez de la gentileza que le ha dotado su reposo.

