Modas, gustos y tendencias suelen ser cíclicos y oscilantes cual péndulo en todo orden de cosas y la industria vitivinícola. En la década del ’90 el mundo se rendía a los rankings de Robert Parker y su predilección por mostos sobre maduros, de larga maceración y abundante presencia de roble, sin embargo a comienzos del nuevo milenio, en un giro radical, el históricamente menospreciado Beaujolais se convirtió en la revelación para muchos franceses, en Italia el Etna Rosso amenazó el reinado de Chianti y Barolo, y en España una nueva generación de viñateros convirtió en estrella la ancestral vinificación sin madera de la Garnacha hasta entonces limitada a la oferta de tascas y tabernas. En Chile la respuesta en esta tendencia mundial se encontró en el Cinsault.

Esta uva, llamada en el campo chileno «la cargadora» por su alto rendimiento, desde su arribo a Itata tras el terremoto de Chillán en 1939 fue usada para la producción de mostos frescos, ligeros y de baja complejidad vinificados en forma casi artesanal por los mismos campesinos en ánforas de cemento, arcilla o cuero para su posterior embotellado en garrafas de 4,5 litros.
Tanto innovadores viñateros como bodega tradicionales transformaron al Cinsault refinando sus procesos productivos hasta convertirla en la nueva reina de la fiesta y es aquí donde redunda el principal desafío: otorgar elegancia a un vinos más bien rústico sin alterar su «alma campesina», equilibrio que productores como Dagaz, Pedro Parra y Montes, con su Outer Limits Old Roots, han logrado a la perfección.
Sus uvas provienen de antiguas parras del sector de Guarilihue, en los límites de Itata y BioBio y principal terroir de la cepa, y su vinificación considera una breve crianza de tan solo cinco meses en barricas de tercer uso a fin de refinar sin alterar su esencia.
Mosto rubí de capa media baja y amplio ribete claro en cuya nariz encontramos zarzaparrilla, fresa, arándano rojo confitado, rosa mosqueta, caramelo, dejo ahumado y romero. En tano su boca es fresca, seca y ligera; de acidez media, baja astringencia a pesar de su textura algo áspera, y de final dulce donde predomina jugo de granada y nota mineral.
Un vino que además de sus notas equilibra muy bien elegancia y rusticidad; de persistencia media, propia de la cepa; notas sutiles en su intensidad y la complejidad característica de su estilo y origen.
Nota: 4,0 – Muy buen vino, fácil de beber, con la elegancia propia de un vino moderno y los toques rústicos de los mostos ancestrales.
Perfecto compañero de masas fritas, quesos y charcutería, como también de guisos de lentejas, chorizos y casquería o en clave de cocina internacional unos elegantes Pintxos Vascos.

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